Decía Cicerón qué: “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños”. Vuelve a la palestra informativa el conflicto árabe-israelí o entre Israel y Palestina, los posicionamientos de los diferentes Estados y grupos sociales al respecto; y como no, las opiniones de todos tipo. Como creo y pienso que la verdad nunca es absoluta y única, sólo puedo aportar al tema mi amor a esa tierra y como conocimiento la historia de la misma con una sola convicción, creer firmemente en el derecho y la posible convivencia de sendos pueblos. Dedicado a mi mujer Tuñy Barcala siempre ávida de conocimiento…
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Con mi mujer Tuñy Barcala de visita en Jerusalén Sept. 2015
Entre África, Europa y Asia se encuentra la tierra prometida, Canaán, donde se eterniza el conflicto étnico-religioso de apropiación entre los pueblos arraigados a la misma y que respaldan sus derechos de propiedad en demostrar quién lleva más tiempo asentado o es el justo merecedor por derecho divino o sus propias narrativas como ya escribió el escritor argentino y columnista de La Nación Marcos Aguinis. (Caballero de las Letras y las Artes en Francia, Doctor Honoris Causa por las universidades de Tel Aviv -Israel- y San Luis –Argentina-.) en su “Breve Historia de Israel y Palestina”.
Para entender un poco mejor la historia de los pueblos palestino e israelita debemos buscar en los orígenes de los mismos y entender que las historias de todos los países y Estados modernos están construidas por el mestizaje de las tribus y pueblos que fueron primigeniamente simplemente eso, tribus o comunidades independientes que fueron unidas o unificadas por migraciones, y/o ocupaciones. Hay que definir algunos conceptos e identificar a los propios grupos étnicos para posteriormente ubicarlos geográfica, cultural e históricamente. En este caso partimos desde el origen de la historia hace unos 5.000 años y desde las llamadas tribus semíticas. En el origen de la historia de ambos pueblos no hemos de confundir sus confesiones, el judaísmo y el islamismo, con el nacimiento de los mismos como pueblos tal y como los conocemos desde su principio hasta los actuales Estados.
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Mapa del texto 3) Breve Historia de Israel y Palestina de Marcos Aguinis
Las tribus semíticas son los pueblos oriundos de la península Arábiga que han desempeñado desde los tiempos más remotos un papel importante en la historia política, cultural y religiosa de la Humanidad. El nombre tiene su origen en un pasaje de la Biblia, concretamente en el cap. X del Génesis. En él se explican los parentescos entre los pueblos, haciéndose derivar de antepasados comunes; así de Sem descienden Aram, Asur y Eber, es decir, arameos (v.), asirios (v.) y hebreos (v.). De ahí la adopción del nombre semita por los investigadores europeos para definir la rama a la que pertenecen los arameos, asirios y hebreos, y cuya relación resulta evidente a primera vista en el aspecto lingüístico. Posteriormente, la denominación se ha aplicado a todos los demás pueblos de caracteres análogos (fenicios, cananeos, etc.) y, en primer lugar, a los árabes (v.).
En lingüística y etnología, el término «semita» se usa para hacer referencia a una familia lingüística de origen predominantemente medio-oriental que incluye las formas más antiguas y modernas del acadio, el amhárico, el árabe, el arameo, el fenicio, el ge’ez, el hebreo, el maltés, el yehén y el tigriña.
Este término lo definió inicialmente August Ludwig Von Schlözer (Repertorium -1.781- de Eichhorn,2) para referirse a las lenguas emparentadas con el actual hebreo. En la Enciclopedia católica consta que ya en 1807 el concepto «semita» se había adoptado como término étnico para definir un grupo de pueblos. Por extensión, «semita» se empezó a utilizar para designar a los hablantes de las lenguas semíticas y sus realizaciones culturales y, el significado de “lengua semítica” se adoptó por referencia a los pueblos citados en la Biblia. Los descendientes de Sem, el primer hijo de Noé.
En el libro del Génesis (el primero de la Biblia – Antiguo Testamento-) se encuentra la narración del Diluvio universal y en ella está la «tabla de los pueblos», donde se hace referencia a la genealogía originaría de los semitas que incluyen a los habitantes de Aram (región bíblica situada en el centro de la actual Siria, en Alepo. Aram en lengua hebrea, también hace referencia al hijo de Hezrón, ancestro del rey David), Asiria (norte de la antigua Mesopotamia, Nínive fue su ciudad más importante, ciudad ubicada actualmente cerca de Mosul -Irak-), Babilonia (ciudad de la Baja Mesopotamia actualmente se cree cerca de la ciudad de Halla, Irak), Siria (Hacia el año 2000 a.C., Siria formaba parte de Aram. Estuvo sometida a Egipto desde casi el 1530 a.C. hasta el 1250), Canaán —incluidos los hebreos— (abarcaba parte de la franja sirio-fenicia conocida también como el Creciente fértil. En la actualidad se corresponde con el actual Estado de Israel, la Franja palestina de Gaza y Cisjordania, junto con la zona occidental de Jordania y algunos puntos de Siria y el Líbano) y Fenicia (cuna de la civilización fenicio-púnica, que se extendía a lo largo del Levante mediterráneo, en la costa oriental del mar Mediterráneo y cuya capital fue Biblos. Su territorio abarcaba desde la desembocadura del río Orontes al norte, hasta la bahía de Haifa, al sur, comprendiendo áreas de los actuales Israel, Siria y Líbano).
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Figura de los cananeos ofreciendo un infante a Moloch para ser ofrecido en fuego. Autor desconocido
Los cananeos son históricamente reconocidos como los primeros habitantes de la actual Tierra de Israel, mucho antes que se establecieran allí los hebreos. De hecho, el nombre geográfico correcto de la Tierra de Israel es Canaán (la Tierra prometida por Dios (Yavhé) a los judíos), no “Palestina” que es una denominación romana. Los cananeos podían distinguirse en dos grupos principales: los septentrionales o cananeos de costa y los meridionales o cananeos de montaña. El vocablo Palestina no existía y no es mencionado ni una vez en la Biblia ni en ningún otro documento de la antigüedad hasta la época de ocupación romana.
El nombre Palestina abarca la antigua Tierra Santa y la nación moderna de Israel, aunque el nombre original de ese país lo asignó el Emperador romano Adriano. Él renombró a Jerusalén con su nombre y como el dios Júpiter Capitolinos— dándole el nombre de “Aelia Capitolina” después de las revueltas judías contra la ocupación del Imperio romano. El nombre de Palestina proviene del latín Phalestina y hacía referencia a los filisteos, que la Biblia menciona desde Josué hasta David. Significa “pueblo del mar”. Se cree que habían llegado desde Creta, probablemente tras la implosión de la civilización minoica, y se establecieron en la costa suroeste del territorio. Jamás lograron conquistar el resto del país y terminaron integrados por completo en el reino de David.
Para poder apreciar la presión que le pusieron a los judíos en la tierra de Judea y concretamente en Jerusalén durante este tiempo, hay que tener en cuenta algunos antecedentes históricos como, la mencionada sublevación Judía que ocurrió un poco antes del 70 B.C., cuando los Romanos saquearon la ciudad de Jerusalén después de un duro y amargo asedio. La rebelión fue causada por las fuerzas de ocupación Romana. Los oficiales y tropas romanas saqueaban y robaban continuamente los templos y a los sacerdotes judíos quitándoles sus artículos de valor y sagrados para después demandarles recompensa si querían recuperarlos. Esto sobrepasó al pueblo que inició la rebelión que llevó a las Guerras de los Judíos contra Roma (Josefo, Libro 2, capítulos 14-16). Con las represalias , prohibiciones y expulsiones de los judíos por parte de los romanos se inició la dispersión de judíos por el mundo, la llamada “Diáspora” (Dispersión de un pueblo o comunidad humana por diversos lugares del mundo; especialmente la de los judíos después de la destrucción del reino de Israel (siglo IV a. C.). Es aquí donde se documenta por primera vez el nombre de Palestina.
Tal y como indica Marcos Aguinis, la palabra Phalistina, además, no tuvo suerte. A ese territorio –que adquirió relevancia extraordinaria por la Biblia, base del cristianismo y luego del Corán– los judíos lo siguieron llamando Eretz Israel (tierra de Israel) y los cristianos Tierra Santa, y después los árabes lo bautizaron como Siria Meridional. Los cristianos fundaron el efímero reino latino de Jerusalén en la primera Cruzada (Campañas comúnmente militares, que a partir del siglo XI se emprendieron desde el Occidente cristiano contra los musulmanes para la recuperación de Tierra Santa. 9 Campañas o Cruzadas), y durante el Imperio Otomano se convirtió en una provincia irrelevante: el vilayato de Jerusalén.
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Tuñy en el Muro de Jerusalén con nuestra cicerone y buena amiga en Tierra Santa Etti Bresler
El pueblo de Israel está formado por los israelitas o hijos de Israel o Jacob, y que consiguieron unificar a las diversas tribus y pueblos que habitaban entre el río Jordán y el Mediterráneo. La tradición judía sostiene que el origen de los israelitas está en los doce hijos de Jacob que se trasladaron a Egipto, donde sus descendientes se constituyeron en doce tribus, mientras que otras hipótesis hablan incluso de su origen a través de las primeras tribus nómadas de las montañas. los Hapiru o Habiru. Contrariamente a lo que se cree el primer rey de Israel fue Saúl quien unificó a los reinos de Israel y Judea, éste designó a David como su sucesor, mil años antes de la era cristiana y, que había nacido en la aldea de Belén (Beth-léjem, en hebreo, “casa del pan”)– fue el sucesor del rey Saúl y el segundo monarca del Reino de Israel, logró unificar su territorio e incluso expandirlo de modo que llegó a comprender las ciudades de Jerusalén y Samaria, Petra, Zabah y Damasco. Convirtió a Jerusalén en su capital ubicándola en el vecino y estratégico caserío jebuseo, ubicado a pocos kilómetros al norte; imponiéndoles el nombre de Jerusalén (en hebreo, “ciudad de la paz”). La historia de David figura en la Biblia, en los Libros del profeta Samuel y en el Libro de los Salmos. David fue uno de los más grandes gobernantes de Israel y padre de otro de ellos, su hijo Salomón que es venerado como rey y profeta en el judaísmo, el cristianismo y el islam. Salomón construyó allí el Templo. Después se produjo una escisión entre los habitantes del norte y el sur del pequeño país. El norte se llamó Reino de Israel y el sur, Reino de Judá. Los asirios conquistaron y destruyeron el reino del norte. Siglos después los babilonios hicieron lo mismo con el del sur y unas siete décadas más tarde el emperador Ciro, de Persia, auspició el regreso a Jerusalén de los exiliados de Judá.
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Escena del pueblo de Israel. Extraída de Bendiciones Cristianas: Hebreos 13: Las evidencias de la vida cristiana
La tradición bíblica y las 12 Tribus:
Dios le prometió a Abraham que sus descendientes serían numerosos (Génesis 13:16; 17:2; 22:17) y que sus descendientes finalmente conformarían “muchas naciones” (Génesis 17:4-5). Él también le prometió a Abraham que sus descendientes poseerían “las puertas de sus enemigos” (Génesis 22:17) y serían “bendecidos” poderosamente por Dios (vv. 16-18).
Dios también dijo que sus descendientes serían identificados a través de la historia por el nombre del hijo de Abraham, “Isaac” (Génesis 21:12). Las bendiciones dadas a Abraham e Isaac eran llamadas las bendiciones de la “primogenitura” porque éstas eran transmitidas a las generaciones sucesivas como un derecho de nacimiento.
Las bendiciones de “primogenitura” dadas a Abraham fueron pasadas a Isaac, quien se casó con Rebeca. Con el tiempo millones de personas descenderían de Isaac y Rebeca. De hecho, ellos llegarían a ser billones durante todas las generaciones de humanidad sobre la tierra. Las bendiciones de numerosos descendientes que poseerían las puertas de sus enemigos eran una continuación de la bendición que Dios le había prometido a Abraham que Él cumpliría en Isaac (Génesis 17:17-19, 21). No obstante, Abraham tuvo un hijo anterior, Ismael, con Agar. Dios profetizó que también los descendientes de Ismael serían numerosos y constituirían una “gran nación” con “doce príncipes”. La “gran nación” de los descendientes de Ismael es en la actualidad el mundo árabe. Los árabes saben que ellos son los descendientes de Ismael, el hijo de Abraham y Agar, los ismaelitas.
Si los descendientes de Ismael constituyen los árabes, las personas que integran la mayoría de las naciones en el Medio Oriente moderno, ¿entonces cuáles naciones descienden de Isaac? Si la Biblia es verdadera, los descendientes de Isaac deben constituir naciones más numerosas, prósperas y poderosas que los árabes. ¡La Biblia es la verdad de Dios (Juan 17:17)! Evidentemente, los descendientes de Isaac en el mundo moderno deben ser muchos más que solamente los judíos. Génesis 24:60 profetizó que con el tiempo, los descendientes de Isaac se contarían en múltiples de millones. Isaac pasó sus bendiciones de “primogenitura” a su hijo, Jacob, a pesar de que el primogénito, Esaú, debería haberlas recibido. Génesis 25:30-34 nos informa que Esaú “vendió” su primogenitura a Jacob por un plato de guiso rojo. Entonces cuando su padre Isaac, transfirió oficialmente la primogenitura, Jacob engañó a su padre haciendo que creyera que él era su hermano. En esencia, Jacob “robó” la primogenitura a través del engaño (Génesis 27). Una de las bendiciones que Jacob recibió de Isaac era que otras naciones se inclinarían ante las naciones que descendieran de Jacob (Génesis 27:29). Es evidente que para que esta profecía se cumpliera, los descendientes de Jacob tendrían que llegar a ser grandes naciones e imperios. Esta misma bendición también prometió que Dios bendeciría a las naciones que bendijeren a los descendientes de Jacob y maldeciría a las naciones que maldijeren a los descendientes de Jacob.
Dios reiteró las bendiciones de Abraham a Jacob en Génesis 28:10-15 diciendo que los descendientes de Jacob serían tan numerosos como “el polvo de la tierra” y ellos se esparcirían finalmente hasta las cuatro esquinas del mundo desde la región de la Tierra Prometida. El nombre de Jacob fue cambiado más tarde a “Israel” (Génesis 32:28), y él tuvo 12 hijos que llegaron a ser las “12 tribus de Israel”.
Antes de que Jacob (Israel) muriera, transfirió las “bendiciones de la primogenitura” a sus nietos, que fueron llamados Efraín y Manases. Israel les dio bendiciones proféticas que iban a ser cumplidas en un tiempo llamado “los últimos días” a sus 12 hijos (Génesis 49:1). En Génesis 48:16, Israel bendijo a ambos Efraín y Manases, simultáneamente con las palabras “sea perpetuado en ellos mi nombre, y el nombre de mis padres Abraham e Isaac, y multiplíquense en gran manera en medio de la tierra”. Israel decretó que su propio nombre, “Israel”, y el nombre de su propio padre, “Isaac”, sería puesto sobre los descendientes de Efraín y Manases, los dos hijos de José, quienes se iban a convertir cada uno en una tribu distinta entre los hijos de Israel (Génesis 48:5). Al hacer esto, Israel le estaba dando a José una doble porción entre las 12 tribus de Israel.
Israel predijo en Génesis 48:19 que mientras los descendientes de Manases llegarían a ser un gran pueblo (o nación), los descendientes de Efraín llegarían a ser una “multitud de naciones”. Ya que José vino a ser dos tribus, esto significó que habría 13 tribus de Israel, aunque ellas fueron conocidas todavía como “las 12 tribus de Israel” porque la tribu sacerdotal, los Levitas, no recibieron una herencia territorial en la Tierra Prometida.
En las bendiciones registradas en Génesis 49, Israel dio profecías para cada una de las tribus designadas con los nombres de sus 12 hijos. Los 12 hijos de Israel son: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Zabulón, Isacar, Dan, Gad, Aser, Neftalí, José y Benjamín. La tribu más reconocida por los lectores modernos es Judá. Los descendientes de Judá han sido llamados por mucho tiempo “judíos”. No obstante, Judá es tan sólo uno de los hijos de Israel. La gran mayoría de los descendientes de Israel vinieron de los otros hijos que no fueron llamados judíos.
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Mapa de las 12 Tribus de Israel
El ascenso y la caída de las 12 tribus de Israel.
Cuando las 12 tribus de Israel entraron en la Tierra Prometida (Canaán), formaron finalmente la nación de Israel bajo los tronos de Saúl, David y Salomón. Poco después de la muerte de Salomón, este imperio fue destrozado por una gran guerra civil. Las 10 tribus del norte formaron el reino de Israel, mientras que las dos tribus del sur, Judá y Benjamín (asociados con la tribu sacerdotal de Leví), formaron el reino del sur de Judá. El reino del norte fue llamado “Israel” porque era dirigido por las tribus de Efraín y Manases que levaban el nombre de “Israel” (Génesis 48:16). El reino del sur era dirigido por la tribu de Judá. Los reinos de Israel y Judá se convirtieron en enemigos y a menudo pelearon en guerras sangrientas. Aunque ellos no se han vuelto a unir, la profecía dice que lo harán en el futuro. Ver “Israel y Judá: ¿Cuándo serán reunificados?” El reino del norte de Israel fue llevado en cautiverio en el año 722 a.C. debido a sus pecados y rebelión contra Dios. Judá fue llevado en cautiverio por los babilonios entre los años 604 y 586 a.C.
Justo antes de la caída de Israel, el profeta Amós registró que las 10 tribus del norte eran conocidas por el nombre “casa de Isaac” (Amos 7:16) —tal como las profecías de Génesis 21:12 y 48:16 habían predicho. El nombre de “Isaac” siguió a las 10 tribus a dondequiera que ellas fueron en su exilio y más tarde en sus migraciones. (la Diáspora).
En Jeremías 51:5, encontramos una profecía, dada más de un siglo después de que las 10 tribus fueron llevadas en cautiverio, que Dios no los abandonaría. Aunque algunas veces son llamados las “10 Tribus perdidas de Israel”, estas personas no están perdidas para Dios o para los estudiantes de la Biblia quienes entienden cómo trazar su historia. Para entender quiénes son en la actualidad algunas de estas gentes, lea los artículos titulados “Las 12 Tribus de Israel en la actualidad” y “¿Quiénes son los Estados Unidos y Gran Bretaña en la profecía?”
Los nacionalismos judío y árabe
Nacieron casi al mismo tiempo. El judío a fines del siglo XIX y el árabe a principios de XX. Este último floreció en Siria, a cargo de pensadores y activistas cristianos que recibieron influencias europeas. Los sirios acusaron a los sionistas, es decir, a los nacionalistas judíos, ¡de haber inventado la palabra Palestina para quedarse con Siria Meridional! En realidad, ese nombre había resucitado como una palabra neutra frente al desmoronamiento del Imperio Turco.
La presencia judía en Tierra Santa fue una constante asombrosa. El alma judía añoraba año tras año, siglo tras siglo, milenio tras milenio, la reconstrucción de Eretz Israel con intenso fervor, parecido al que, mucho antes, había florecido junto a los nostálgicos ríos de Babilonia. Nunca dejaron de repetir: “¡El año que viene en Jerusalén!”. A fines del siglo XIX empezaron a llegar oleadas de inmigrantes que se aplicaron a edificar el país con caminos, kibutzim, escuelas, institutos técnicos y científicos, forestación obsesiva, universidades, teatros, naranjales, una orquesta filarmónica, aparatos administrativos. En 1870 fundaron en Mikvé Israel la primera escuela agrícola de la región.
Cuando terminó la Primera Guerra Mundial, Palestina fue desprendida de Siria y quedó en manos del conquistador británico por mandato de la Liga de Naciones. Quienes nacían en esa tierra eran palestinos, fuesen judíos o árabes. Antes de la independencia, que volvió a recuperar la palabra Israel, los judíos se llamaban a sí mismos palestinos. Y hablaban de “volver a Palestina”. El actual Jerusalem Post se llamaba Palestine Post y la Filarmónica de Israel fue llamada Filarmónica de Palestina. ¡Pero eran entidades judías! Los antisemitas de Europa, toda América y Africa del norte les gritaban: “¡Judíos, váyanse a Palestina!”. Palestina era reconocida como el hogar de los judíos incluso por quienes los odiaban.
Los árabes tardaron en tomar conciencia de su propia identidad nacional. Al principio, hasta saludaron como beneficiosa la presencia del sionismo, como lo atestigua el encuentro entre Jaim Weizman, presidente de la Organización Sionista Mundial, y el rey Feisal de Irak. Pero Gran Bretaña, advertida de la compulsión judía por su emancipación, cortó dos tercios de la Palestina que le habían adjudicado e inventó el reino de Transjordania (nombre usado durante las cruzadas para una extensa región no del todo definida al este del río Jordán, un área conocida en tiempos antiguos como Edom, Moab y Amón). Los ingleses la llamaron también Transjordan. donde instaló al hachemita Abdulá, hijo del jerife de La Meca. Cometió el delito de quitar derechos a los judíos, que reclamaban parte de ese territorio, y lo convirtió en el primer espacio Judenrein (limpio de judíos) antes del nazismo, porque no permitía que allí se instalase judío alguno. Tenebroso antedecente, desde luego. Pronto Gran Bretaña advirtió que sus aliados en la zona eran los árabes, no los judíos, y creó la Liga Árabe en 1945, para mantener su poder colonial. Olvidó que estaba allí para favorecer la construcción de un Hogar Nacional para el pueblo judío, el único que de forma permanente y con grandes sacrificios exigía la reconstrucción del país que le había dado su gloria. Es cierto que algunos judíos preferían que esa misión la cumpliese el Mesías y otros se volcaron a la causa de la revolución comunista, pero el núcleo central se agrupó en torno al sionismo, palabra que significaba –simple y elocuentemente– el renacimiento nacional y social del pueblo que más agravios, persecuciones y matanzas había sufrido en dos mil años.
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Con un amigo palestino Mohamed Yusuf en Jerusalén. Sep. 2015
Después de la Segunda Guerra Mundial arreció la demanda emancipadora judía. La potencia colonial llevó el caso a las Naciones Unidas para provocar su condena. El tiro le salió al revés: las Naciones Unidas votaron el fin del Mandato Británico y la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe (no establecía que alguno se llamase Palestina, sino que eran parte de Palestina). Los judíos celebraron la resolución, pero los países árabes en conjunto decidieron violarla sin escrúpulos y barrer “todos los judíos al mar”, como lo atestiguan documentos de la época. El secretario general de la Liga Árabe amenazó con efectuar matanzas que dejarían en ridículo las de Gengis Khan. La guerra, por lo tanto, se presentaba como un hecho inminente. Y apuntaba a un nuevo genocidio, pocos años después del Holocausto. No había pudor en seguir asesinando judíos. Ni siquiera los que rechazaban semejante conducta propusieron una condena rotunda y eficaz.
El flamante Estado de Israel (nombre que adoptó, basado en la expresión hebrea Eretz Israel) no tenía armas –¿quién las vendería a un cadáver?– y debió enfrentar a siete ejércitos enemigos con las uñas y los dientes. Fue una lucha desesperada. ¡Los israelíes no contaban con un solo tanque ni un solo avión! La mayor parte de su armamento fue robado o arrancado a los británicos. Numerosos combatientes eran espectros que acababan de arribar, luego de sobrevivir en los campos de exterminio nazis. O triunfaban o morían. Fue la guerra en que cayó la mayor cantidad de judíos. En algunos lugares recurrieron a estrategemas para impulsar la rendición o la huida de sus enemigos, en otros atacaron sin clemencia. Sabían qué les esperaba en caso de ser vencidos. Los árabes estaban fragmentados entre quienes defendían sus tierras y quienes habían invadido y luchaban sin convicción. Al cabo de varios meses, con treguas que eran quebradas por alguno de los bandos, se llegó al armisticio y el trazado de fronteras arbitrarias.
Como consecuencia de esa guerra desigual, aparecieron los refugiados. Refugiados árabes y refugiados judíos. Estos últimos eran los ochocientos mil judíos expulsados de casi todos los países árabes en venganza por la derrota. Los recibió Israel, pese a sus dificultades iniciales, y los integró a la vida normal, pese a que en ese tiempo y durante varios años debió sufrir un interminable bloqueo y mantener un estricto racionamiento. Los seiscientos mil refugiados árabes, en cambio, fueron encerrados por sus hermanos en campamentos, donde se los aisló y sometió a la pedagogía del odio y el desquite. Transjordania usurpó Cisjordania y Jerusalén Este, medida que justificaba su cambio de nombre; a partir de 1949, en efecto, se empezó a llamar Jordania (ambos lados del río Jordán); Egipto se quedó con la Franja de Gaza. La ocupación árabe de esos territorios duró 19 años. En esas casi dos décadas, ¡jamás se pensó ni reclamó crear un Estado árabe palestino independiente compuesto por Cisjordania, Jerusalén Oriental y Gaza! Ningún presidente, rey o emir árabe o musulmán visitó Jerusalén Oriental, convertida en un vilorrio sucio e irrelevante. No se permitía que los judíos fuesen a rezar al Muro de los Lamentos.
Sólo después de la Guerra de los Seis Días (conflagración que se produjo por la insistente provocación árabe y el ánimo de subsistencia judío), se produjo la ocupación israelí de esos territorios y otros más (toda la Península del Sinaí, los Altos del Golán y trocitos de Transjordania). Ocupación que se mantiene actualmente y que ha sido tomada como una continua provocación del Estado de Israel al Estado Palestino y a los países Árabes como una estrategia de predominación sionista y que forma parte al día de hoy del fundamento argumental palestino y por ende de la defensa de la propia argumentación israelí en un círculo vicioso o bucle sin fin del conflicto. La verdad es que ambos pueblos tienen legitimación y argumentación para reclamar su espacio, pero sobre todo, tienen más posibilidades por sus similitudes, condicionantes, hechos y circunstancias históricas para la buena convivencia que para mantener en el tiempo su lucha.
La reflexión ahora nos lleva independientemente de confesar o practicar alguna de las creencias religiosas monoteístas que asumen en el Antiguo Testamento y como parte de su origen y leitmotiv, si es suficiente retroceder en el tiempo para justificar y argumentar una posesión territorial que originó y mantiene vivo hasta el día de hoy el conflicto palestino-israelí, o por el contrario, la historia de la humanidad hecha de migraciones, ocupaciones y mestizajes debe ser el argumento fundamental para gestionar la convivencia mutua en una complejidad territorial histórica y que además une un condicionante de carácter religioso-cultural. Sea como fuere y sea como sea, la verdad es que Israel y Palestina deben llegar a ser un conjunto patrimonial de la humanidad por su importancia histórica, cultural, religiosa, patrimonial y humanitaria.
Esta complejidad y de un modo quizás muy emotivo y simplista sobre el conflicto árabe-israelí nos habla de la empatía y perdón como posible solución del mismo a través de una historia donde ambos sentimientos y situaciones políticas quedan muy bien reflejadas en la producción cinematográfica francesa ganadora del Festival de Tokio 2012 y dirigida por Lorraine Levy, El hijo del otro.
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La imagen que todos deseamos en el corazón y que ambos pueblos se merecen.
Por Jordi Carreño Crispín / https://jordicarreno.wordpress.com/
Fuentes consultadas y textos usados:
- Historia del Mundo Antiguo (Oriente y Egipto) VAZQUEZ HOYS ANA MARIA.
- Historia Antigua Universal I VAZQUEZ HOYS ANA MARIA
- Breve Historia de Israel y Palestina con textos incluidos de Marcos Aguinis.
- Blog La Iglesia de Dios Restaurada. “Palestina y los palestinos”
- Arteguías.com “La Edad Media” Historia de las Cruzadas.
- Guía del Mundo.org:
- http://www.guiadelmundo.org.uy/cd/countries/pse/History.html
- http://www.eldefinido.cl/actualidad/mundo/2652/Te_explicamos_el_conflicto_palestinoisraeli/
- Canaán bajo dominio de Egipto. Historia con Mapas.
- Fotografías e imágenes de Google y Wikipedia y propias de Tuñy Barcala y Jordi Carreño
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